Jano es ese dios de la mitología romana que tenía dos caras mirando
en direcciones opuestas. A este dios se le han otorgado muchos atributos
relacionados con la dualidad, y si echamos la vista atrás (emulando una
de sus caras) a la historia de la exploración científica, deberíamos
entronizarlo también como el dios de la investigación (sobre todo
nutricional). ¿Qué otro dios podría respaldar que lo que ayer era bueno hoy es malo o que lo que ayer era verdad hoy ya no lo es?
Acordémonos del colesterol, que saltó a la fama con la maldición de
ser el responsable máximo de las enfermedades cardiovasculares. Sin
embargo, hoy en día hablamos del colesterol 'bueno' y del colesterol
'malo'. Igualmente hablábamos recientemente en esta sección
de cómo las grasas alimentarias ya no tenían el estigma generalizado de
antaño y que las había malas (trans), menos buenas (saturadas) y buenas
(monoinsaturadas y poliinsaturadas).
En los últimos días, Jano ha amparado también otro tipo de grasa, la
corporal, esa que en la sociedad actual muchos vamos acumulando de una
manera excesiva e indeseada. Una grasa que en el pasado remoto de la
especie humana era, por el contrario, necesaria e incluso venerada ya
que podía ser la diferencia entre la supervivencia y la muerte en los tiempos de hambruna.
Esa grasa, sabemos ahora, también viene en dos 'sabores' o mejor
diríamos 'colores'. La menos buena, o grasa blanca, que sirve de almacén
de energía; y la buena que es la grasa marrón (o parda) que consume
energía. En nuestra especie, la primera es la más común y la segunda se
pensaba que sólo existía en los bebés, pero más recientemente se ha
demostrado que también existe en los adultos, sobre todo en la zona
profunda del cuello y sus alrededores.
Por lo tanto, en esa lucha enconada contra la obesidad, la parda es
nuestra aliada y la blanca, nuestra enemiga. Lo que está claro es que en
los humanos las fuerzas enemigas arrasan numéricamente a las aliadas y
así lo demuestra el hecho de que cada vez estamos perdiendo más y más terreno a la obesidad. Basados
en estos conocimientos, existe un gran interés por ver si podemos hacer
cambiar de chaqueta al enemigo y ponerlo de nuestra parte, es decir,
por convertir la grasa blanca en parda y que, desde su nuevo bando,
contribuya a 'quemar' los excesos de la primera.
En los últimos años, se han ido filtrando en la prensa científica
informes positivos acerca de defecciones del campo blanco al pardo, pero
en los últimos días la evidencia generada por científicos del Instituto
de Alimentación, Nutrición y Salud de Zúrich, recogida en la revista 'Nature Cell Biology',
ha sido más convincente que nunca. Aunque, como ocurre frecuentemente,
el trabajo se ha llevado a cabo en ratones y su éxito en humanos se
ignora por ahora.
A este respecto, ya se había observado y demostrado que los humanos
(como los ratones) somos capaces de adaptarnos al frío produciendo
células grasas pardas dentro del tejido adiposo blanco. Pero se pensaba
que este proceso era exclusivo de unas pocas células especiales que
estaban capacitadas para tal transformación y que desaparecían cuando no
eran ya necesarias. Lo que estos investigadores han demostrado por
primera vez es que las células grasas blancas pueden convertirse en pardas y viceversa
dependiendo de la temperatura del medioambiente. Es decir, las blancas
se transforman en pardas a bajas temperaturas y éstas revierten a
blancas cuando la temperatura retorna a niveles más altos.
Ante tal descubrimiento, la cura de la obesidad parece obvia: emigrar
todos a los polos (ecológicamente no muy recomendable) o transformar
nuestros dormitorios en neveras (poco atractivo porque no conseguiríamos
el propósito buscado si nos cubrimos con múltiples mantas). Por lo que
estas sugerencias tendrían un éxito similar en la lucha contra la
obesidad al que han tenido otras soluciones previamente predicadas. Por
lo tanto, el reto está en desvelar los mecanismos moleculares
responsables de esta 'inter-conversión' que nos permitan descubrir recomendaciones y terapias más exitosas y llevaderas a través de la alimentación o incluso de la farmacología.
Quizá esto sea también un acicate inesperado para que nos tomemos más
en serio lo del calentamiento global y así matar (con perdón) dos
pájaros de un tiro. Imaginemos lo que ocurriría con las ya apocalípticas
predicciones de obesidad mundial si les aplicamos la corrección al alza
de unos grados más en la temperatura ambiente que, obviamente,
entorpecerían cualquier interés de la grasa blanca en transformarse en
parda.
En resumen, al igual que no estamos predeterminados genéticamente a ser obesos,
nuestras células grasas blancas no parecen estar exclusivamente y
únicamente dedicadas a almacenar energía sino que, en su momento y dado
el estímulo adecuado, pueden cambiar su papel para convertirse en
consumidoras de energía. El reto es conseguir esa transformación de una
manera racional y controlada para contribuir a la lucha contra la
obesidad con más armamento del que ya tenemos (pero no usamos) que es
comer sano y movernos más.
0 comentarios:
Publicar un comentario