
Los últimos datos los aportan esta semana dos artículos publicados en la revista 'The Lancet',
que después de realizar un análisis global de la cuestión en las
últimas dos décadas, llegan a la conclusión de que los infartos
cerebrales son un problema creciente que debe abordarse desde una nueva
perspectiva.
"Sabíamos que el ictus era la segunda causa de muerte en todo el
mundo, pero carecíamos de una evaluación completa y comparable de la
incidencia, prevalencia, mortalidad, discapacidad y tendencias
epidemiológicas para la mayoría de las regiones del mundo", señalan en
la revista médica los autores de estos trabajos, que han aglutinado a
científicos de todo el mundo.
Su análisis pormenorizado ha permitido realizar una clara 'fotografía' de la dimensión del problema del ictus en el mundo, que, entre otras cosas, ha demostrado que la 'cara' de la enfermedad es ahora más joven que hace unos años.
"La proporción de personas jóvenes
y de mediana edad [edades comprendidas entre los 20 y los 64 años] ha
crecido en las últimas dos décadas", si bien se ha constadado que en ese
periodo ha aumentado la edad media de las personas que sufren un ictus,
señalan los investigadores.
En concreto, sus datos muestran que entre 1990 y 2010 se incrementó
en un 25% la incidencia de infartos cerebrales entre las personas cuyas
edades oscilaban entre los 20 y los 64 años.
Esta 'presencia' del ictus fuera de la tercera edad es especialmente
palpable en los países pobres o en vías de desarrollo, aunque la
tendencia se aprecia también en las naciones con más recursos, aclaran
estos científicos que, pese a que no han analizado a fondo la cuestión
apuntan a un posible culpable: la globalización de factores de riesgo,
como la obesidad, la hipertensión o el tabaquismo.
Según explica Jaime Gállego, coordinador del grupo de estudio de
enfermedades cerebrovasculares de la Sociedad Española de Neurología
(SEN), en España también se ha detectado este cambio en los últimos
años. "Podríamos decir que en nuestro país, algo más de un 25% de las
personas que sufren ictus tienen menos de 65 años", señala.
En la revista médica, los investigadores alertan de que "dada la
creciente prevalencia de factores de riesgo cardiovascular en jóvenes
adultos y en la población general, especialmente en países con bajos y
medios recursos, es problable que este virage de la carga de la
enfermedad hacia población es más jóvenes continúe a menos de que se
implemente de forma urgente estrategias preventivas efectivas".
Según su análisis, cerca del 10% de las casi 53 millones de fallecimientos ocurridos en 2010 y alrededor del 4% de las discapacidades
se debieron directamente al infarto cerebral. Las cifras son
significativamente más altas que las de hace 20 años. Y la tendencia es
al alza.
"Pese a que las tasas de mortalidad debidas el ictus han descencido
en las últimas dos décadas, la dimensión de la enfermedad en términos de
números absolutos de afectados al año, supervivientes y discapacidad
generada es grande y sigue aumentado", especialmente en los países menos
favorecidos, indican estos autores.
Si no se revierten las tornas, advierten, en 2030 podría haber unos 12 millones de muertes debidas al ictus e incontables problemas de discapacidad y recuperación.
Otro dato importante que han destapado estos trabajos es que, a pesar
de ser menos frecuente, el ictus de tipo hemorrágico es mucho más
devastador que el de tipo isquémico. Así, más del 60% de las
discapacidades y más del 50% de las muertes asociadas a un infarto
cerebral se debieron a este trastorno que provoca un sangrado en el
cerebro.
En sus conclusiones, los investigadores reclaman nuevas investigaciones que permitan conocer mejor el problema
para abordarlo desde distintos frentes y recuerdan que si el ictus es
un problema particularmente alarmante en el tercer mundo es porque su
población no se beneficia del acceso a los tratamientos y las
estrategias de prevención que sí se han puesto en marcha en Europa o
Estados Unidos.
Es importante seguir realizando estudios como este, señala Gállego,
precisamente "para establecer mejores medidas de prevención y nuevos
proyectos de actuación".
Aparte de la prevención, resulta clave saber identificar los
síntomas, ya que una vez aparezcan, "no hay tiempo que perder", subraya
el neurólogo, también jefe de servicio del Complejo Hospitalario de
Navarra. "Cuanto antes se diagnostique y actuemos, menor repercusión
tendrá en mortalidad y discapacidad", advierte.
Algunas de las señales de alarma son: "pérdida de fuerza brusca en la
cara, brazo o pierna, endormecimiento de alguna parte del cuerpo,
pérdida súbita de la visión, alteración repentina del habla o del
entendimiento, dificultad para sonreír, dolor de cabeza de intensidad
inhabitual sin causa aparente". Ante estos signos, continúa Gállego, "es
importante que el paciente sepa que es una emergencia médica de primer
orden que debe ser atendida lo más rápidamente posible".

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