
La nueva regulación de los productos homeopáticos, aunque sólo sea
por el dinero que estos mueven cada año en España, merece al menos un
poco de concreción y, si es posible, ciencia que la soporte.
La primera pregunta que hace nuestra compañera Ángeles López
a Dª Belén Crespo es directa: "¿Han demostrado los productos
homeopáticos su eficacia?" He aquí la respuesta: "No todos los
medicamentos homeopáticos tienen que demostrar su eficacia, depende del
tipo que sea. Algunos, los que no hacen reivindicación de una
indicación, es decir no dicen que vayan a tratar algo concreto, no
tienen que demostrar su eficacia porque no hacen alegación terapéutica.
Aquellos que sí lo hacen, sí tienen que demostrarlo". El diálogo entre
periodista y autoridad da más de sí, por supuesto.
El error cometido, para muchos, por la señora Crespo -que ha tenido
casi 600 tuits, más de 3.000 anotaciones en Facebook y medio centenar de
comentarios -es denominar medicamento a algo que no lo es. Siendo fiel
al diccionario y al estado del conocimiento científico en este final de
2013, medicamento es algo que sirve -conviene recalcar la palabra sirve- para prever, curar o aliviar una enfermedad. Y sirve lo que ha probado que es estadísticamente diferente a un placebo en un ensayo clínico riguroso. Ahí es donde la homeopatía tiene el talón de Aquiles.
La inmensa mayoría de los supuestos medicamentos homeopáticos no lo
son porque no han demostrado científicamente su eficacia. Y a estas
alturas, por mucho que disguste a los escépticos y a los fans de
remedios exóticos, la medicina y los males que asolan a los humanos solo
se paliarán si se recurre a la ciencia. Incluyendo la ciencia
psicológica y la sociología. Lo demás es folclore, por mucho que lo alternativo o lo integrativo cautive a un porcentaje importante de nuestra sociedad, con un nivel de educación científica que está demostrado que es discreto.
La homeopatía la inventa hace algo más de 200 años un médico alemán,
Samuel Hahnermann, desencantado, con razón, de los pésimos resultados
que obtenían los remedios que se tenían entonces. Lo que a finales del
siglo XVIII imperaba eran sangrías y purgaciones, que casi siempre
empeoraban al paciente en vez de mejorarlo. La teoría de que "lo similar
cura lo similar", de las diluciones infinitesimales de tóxicos en
fluidos, junto con el concepto de "memoria del agua" están muy bien
definidas en las hemerotecas. Y a ellas pueden recurrir quiénes quieran
profundizar en detalles de todo lo homeopático.
Lo que es incontestable, cuando se consulta lo que dicen las mejores instituciones médicas del mundo, es que no hay evidencia seria de la eficacia de los ahora llamados medicamentos homeopáticos. Es algo que se viene diciendo desde 1835, por cierto.
Se sabe que la homeopatía mueve muchos millones de euros cada año en
España y miles de millones en el resto del mundo. Se entiende, por lo
tanto, que haya que regular un mercado como ese para darle al menos un
poco de coherencia. Se tiene que entender también -a la luz de los
conocimientos actuales- que no es de recibo otorgar a la homeopatía el calificativo de medicamento. Salvo que haya consenso para cambiar la definición de esa palabra.

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